La apacible vida de Juana dio un giro violento cuando Inglaterra invadió Francia. Las ciudades y pueblos franceses iban cayendo uno tras otro y Carlos VII, el Delfín francés, parecía incapaz de poder contener la invasión. Sus continuos fracasos habían mellado la imagen del príncipe y fueron percibidos como una prueba de que todo estaba perdido.
En ese contexto, Juana, a sus precoces catorce años, inicia su itinerario espiritual. Encuentra en la oración la fuerza que necesitaba para verse fortalecida y acompañar a quienes tenía cerca, víctimas de la desolación.
Mientras el pesimismo asfixiaba el corazón de muchos, el suyo se ensanchaba de confianza en Cristo. De pronto empezó a tener experiencias místicas. A Juana se le aparecen San Miguel Arcángel, Santa Catalina de Siena y Santa Margarita, quienes le encomiendan, en nombre de Dios, "salvar a Francia". Ella entiende que ha sido elegida para una gran misión y se acoge a la Providencia divina, emprendiendo el camino para encontrarse con el futuro Carlos VII.
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